jueves, 25 de noviembre de 2010

POESÍAS: EL BARRANCO DE LOS PÁJAROS (FRANCISCO BRINES)

EL BARRANCO DE LOS PÁJAROS

                         I
Delante estaba el monte, la mañana
buscaba con su luz el acto viejo
de hallar el mundo en ella, más arriba
la cumbre. Se verían los lejanos
caminos y las casas, otros montes,
el reposado mar. Junto a la falda
comí temprano, y era el humo azul
tibio sueño en el valle. Mis amigos
en el agua reían y con ellos
mojé mi cuerpo. Comenzaba cerca
la senda que llevaba a las alturas
gratas. La libertad nos encendía.


                       II
Niños, subíamos gritando cantos
de guerra, rezos de capilla. Nadie
se podía volver, mirar el verde
llano, su hermosura extendida y baja.
Desde el cielo veríamos el campo.
La luz llegaba ya a nuestras cabezas
desde el lado del mar, y enfrente el bosque
nos acogió con su penumbra roja.
En el silencio súbito, los rostros
se quedaron muy bellos y aquel cielo
fue rompiendo las ramas, despertando
las alas de los pájaros, su voz
llena de heridas. Un arroyo débil,
con piedras, nos retuvo. ¡Qué delicia
las bocas en el agua, confundidos
los rostros, en la hierba nuestros cuerpos!




                        III                          
Pero el bosque dejó de ser misterio
y el leñador nos asustó: su fiera
mirada sin amor, su brazo fuerte
de verdugo, la dura bienvenida.
Fuimos con miedo a su cabaña, todos
recibimos un hacha, él nos dijo
que era ley de la tierra. Y abatimos
el árbol, derribamos la espesura
fresca de las palomas, la colina
donde se quedan las estrellas solas.




                            IV
Al proseguir la marcha, siempre arriba,
ninguno habló. La repentina lluvia
dejó incierto el camino, la seroja
no crujió más, nuestro calzado pronto
pesó, rojo, de barro. De aquel frente
se ocultaron los pinos, en la bruma
sin luz corrimos todos, y dejando
las mochilas en tierra nos herimos
a golpes de pedradas.
Solo quedé, bajo un mojado tronco,
viendo el espacio fresco iluminarse
de nuevo. Troncos de amarillas franjas,
violetas suavísimas, helechos,
azul del cielo. Y el pinar despierta
con la voz de los pájaros, del agua
que, en las ramas pesando, se hacía lluvia
cortísima. La sien, sangrando al sol,
mojé un peñasco fiero y horadado,
y busqué la salida de aquel bosque.


V                             
De nuevo el sol estalla. La pendiente
se muestra despoblada hasta la cumbre.
He de alcanzar el aire que allí existe
ensanchador, y al aturdido pecho
le hacen daño los golpes que, muy fuertes,
el corazón le da. El sol derriba
los peñascos con fuego que los funde.
Y arriba, azul, la brisa se estaciona
mirando el llano abajo, más distante
la marea del mar, con su frescura.
Mas no hay que detenerse en aquel vértice
si arriba el cuerpo; sin amigos, solo,
bueno es silbar y bueno es alejarse
de allí. El cielo, sin mesura y vano,
advierte la fatiga de aquel hombre.
                       VI
Al otro lado de la cumbre, bajo
los matorrales del romero quieto
la montaña se quiebra. Allí anidan
los mirlos en las cañas, las adelfas
de solitario amor florecen, se oye
la duradera vida del silencio.
Se le llama Barranco de los Pájaros.
Pensábamos llegar cuando la tarde
se hace un pozo de sombra, la mirada
se abre en la flor del ojo para, arriba,
tocar un astro. Compañeros, pienso
que no me detendré cuando me acerque
al lugar de la tienda. Sin canciones,
sin fuegos, no habrá trinos que oír, nada
que comentar con alegría viva.
Hay que olvidar el sitio, ser más fuerte
que el destino ruin, y con la noche,
vergonzoso en la sombra, penetrar
en la vastedad desconocida.

VII                            
El alba aquí se enciende. Y aquel hombre
de fatigado cuerpo se ha dormido
con la gran paz del alba. La tranquila
luz llega de los aires y en su boca
se aquieta. El humilde cuerpo sueña,
y hay un olvido natural del mundo.
Brilla la tierra. Sin moverse, ciego,
sigue su vida como el agua pasa,
porque quiere la fuente, y él alienta
seguro como el día que en él vive.
Igual que a un árbol derribado vienen
las aves, y las hierbas lo acomodan.
Vencida ya la gloria de la tarde
se abren sus ojos al contorno oscuro
del campo. Qué olorosa le ha crecido
la barba jazminera, y el anciano
se toca el corazón, y allí le duele
mucho, y él ya no ve, ni escucha nada
de fuera de su cuerpo. Con los astros
se cumple la honda noche, y allí queda
fiel a su soledad, frío en el suelo.



Autor: Francisco Brines

3 comentarios:

  1. Hermosa Poesía me recuerda de mi niñéz.

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  2. Aquí me paso a dejar saludos y aprovechar de leer algo de tu blos que siempre es interesante.
    ^^ Kais Kenneth ^^

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  3. Hola acabo de encontrat tu blog y me ha encantado. A ver si me pongo al día con tus publicaciones antiguas. Un saludo.

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