Tuvo que ser aquel inoportuno huracán,
Giliberto, el que me arrancara de la tutela de mi progenitor justo la víspera
del día que había previsto llevar a cabo el plan preconcebido de mi definitiva
emancipación: dejarme caer con la marea alta, acaso bajo el influjo de la luna
creciente, deslizarme silenciosa y subrepticiamente hasta tomar posesión, no
muy lejos, como pionero de alguna ribera virgen.
Es verdad que los planes si salieran
siempre a pedir de boca resultarían bastante aburridos, por el contrario aquí
estoy en mitad del océano y son, he perdido ya la cuenta, tal vez tres las
semanas que llevo a merced de las corrientes sin vislumbrar, ni siquiera en
sueños, el menor atisbo de tierra firme.
Pese a todo el periplo a través de esta
inmensidad de agua (durante un instante, vista desde el espacio, la faz entera
del planeta Tierra cabría en este océano), no está resultando tan monótono como
se podría imaginar. Hace pocos días una familia de ballenas grises pasó junto a
mí en su viaje hacia el norte y durante unos segundos tuve la oportunidad de
practicar surf a lomos de su estela. Peor fue la gigantesca mole aterradora del
infame carguero de bandera de conveniencia y su rastro oleoso e iridiscente.
Aun retumba en mis sentidos vegetales el estruendo de sus motores.
Esta mañana, finalmente, creí ver una
isla de escaso relieve semejante a un atolón coralino, pero la alegría dura
poco en la casa del necesitado. Todo ha terminado, aquí confluyen las derivas
del Pacífico, los viajes sin rumbo, los naufragios, aquí he llegado yo desde
las costas de mi México natal a este lugar de pesadilla que ocupa una extensión
de más de 600.000 kilómetros cuadrados y que crece sin cesar. Ya no puedo huir,
me he quedado atrapado en los anillos de plástico de un pack de seis latas de
Coca-Cola, a mi lado yace el cadáver putrefacto de una tortuga verde capturada
por el nylon de una red de deriva. Una ballena yubarta se aleja sin saber que
ha engullido accidentalmente parte de este plancton venenoso, tal vez mañana su
enorme corpachón sin vida regrese a consumirse a esta tumba flotante.
Vista aérea del Gran Roque (Venezuela). Gran parte de su territorio se encuentra ocupado de manglares. |
Los manglares son grupos de árboles y
arbustos leñosos pertenecientes a diversas especies y géneros que están
adaptados para vivir en terrenos inundados. Estas diferentes especies tienen en
común, sin embargo, la tolerancia a los altos niveles de salinidad ya que
crecen frecuentemente a lo largo de la costa en contacto directo con el mar.
Otras características comunes son el desarrollo de raíces aéreas que ayudan al
árbol a sujetarse en los terrenos blandos y la producción de plántulas o
semillas flotantes.
El término “manglar” lo toma de los
árboles que lo forman, a los cuales se les llama comúnmente “mangles”, palabra
que deriva del guaraní y que significa “árbol retorcido”.
Para su desarrollo requieren temperaturas
tropicales y terrenos ricos en materia orgánica protegidos de los fuertes
oleajes. Por ello sus lugares favoritos de crecimiento se encuentran en ambos
trópicos, pudiéndose distinguir dos zonas principales de distribución: la Zona
Oriental que incluiría el este de África, el sur de Asia y el Pacífico,
llegando hasta Australia y otras islas de Oceanía, lugar donde se concentra la
mayor diversidad. La Zona Occidental
comprendería la cara oeste de África y las costas de América hasta el
Caribe.
La importancia de los manglares es vital
para las especies marinas. Al desarrollarse en presencia de agua salada atraen
a multitud de peces y otros organismos acuáticos que pasan su etapa juvenil
alimentándose de la materia orgánica y el sustrato formado por sus raíces y
encontrando además protección ante sus depredadores. Este hecho convierte a los
manglares en unos auténticos viveros de los mares tropicales.
Rhizophora
mangle, L.
Mangle
rojo, mangle colorado, mangle tinto, purgua, ratimbo, mangle grande.
Familia: Rhizophoraceae.
Etimología: Rhizophora viene de los vocablos
griegos “rhiza” (raíz) y “phorós” (portador), por tanto
significaría “portador de raíces”. La palabra mangle deriva del guaraní y
significa “árbol retorcido”.
Lugar
de origen: Se encuentra en
América tropical y África tropical occidental.
Descripción:
El mangle rojo (Rhizophora mangle)
es un árbol de hoja perenne de hasta 15-20 metros de altura aunque a veces
puede tener aspecto arbustivo y no superar los 6-8 metros. Posee un tronco
recto, en ocasiones retorcido del que salen unas enormes raíces aéreas
(neumatóforos) con aspecto de zanco. La corteza esta llena de numerosas y
delgadas grietas, es de color verde pálido aunque si raspamos esta primera capa
nos encontramos con una corteza interior de color rojizo. Las ramas son de
color más oscuro que el tronco y en su punta se reúnen de forma alterna y
opuesta las hojas con formas redondeadas, oblongas o elípticas, con frecuencia
terminas en punta. Son de color verde oscuro por el haz y con tonalidades
amarillentas por el envés. Las pequeñas flores de forma estrellada florecen
durante todo el año y se presentan en cantidades de 2 a 4 por pedúnculo. Poseen
cuatro sépalos coriáceos y cuatro pétalos cuya parte inferior es de color
blanco-amarillento, más rojizo en la parte superior. Los frutos son bayas en
forma de pera, coriáceas y de color pardo. En su interior se van desarrollando
las semillas que van produciendo unas raíces gruesas y verdes antes incluso de
caer del árbol, cosa que hará cuando la nueva planta esté formada y su peso le
haga caer para establecerse independientemente enterrándose en el lodo o
flotando hasta encontrar un ambiente apropiado.
Mangle rojo (Rizophora mangle). Detalles de la flor, las hojas y los frutos desarrollados antes de caer del árbol. |
Mangle negro (Avicennia germinans) |
Avicennia germinans, L.
Mangle
negro, mangle prieto, palo de sal, mangle salsa, mangle rosado, mangle
iguanero.
Familia: Avicenniaceae.
Etimología:
El término “Avicennia”
es asignado en honor al famoso científico y médico árabe Abu-Ali al-Husayn
Ibn-Sina, más conocido como Avicena (980-1037), pionero en el uso de ciertas
hierbas medicinales. “Germinans” es
una palabra latina que significa “que brota” en referencia a su particular
forma de reproducción.
Lugar
de origen: Se encuentra en
ambas costas de América tropical.
Descripción:
El mangle negro (Avicennia germinans)
es un árbol que puede alcanzar hasta 15-20 metros de altura en las zonas
tropicales más favorables, adquiriendo portes arbustivos en las zonas menos
favorables. Crece asociado a otras especies de mangle y rara vez forma rodales
puros. La corteza es áspera y fisurada, de color gris negruzco con un ligero
reflejo plateado. Las raíces son aéreas (neumatóforos) no tan gruesas como
otras especies de mangles. Las hojas son grandes, simples, opuestas, de color
verde oscuro por el haz y grisáceo por el envés. Tienen forma lanceolada, borde
entero y superficie glabra. Estas hojas a menudo se presentan cubiertas de
cristales de sal debido a que expulsan a través de sus poros el exceso de sal
que absorben sus raíces. Las flores se distribuyen en panículas terminales o
axilares. Tienen una corola formada por cuatro estambres y cuatro pétalos
lobulados de color blanco con el centro amarillento. Los frutos son cápsulas
bivalvas en forma de elipse que contienen una semilla única. En países como
México o la República Dominicana puede llegar a fructificar durante todo el
año. Esta especie está considerada como “vivípara” ya que la germinación se
realiza cuando el embrión se encuentra todavía dentro del fruto dando lugar a
una plántula nueva antes de la caída del fruto del árbol progenitor. Esta
plántula flota al caer y es transportada por las corrientes de las mareas
produciendo raíces en un período de tres semanas después de la dispersión.
Hojas de Avicennia germinans. A la derecha detalle de las excreciones de sal. |
Flor y frutos de Mangle negro (Avicennia germinans). |
Acumulación de basura en el Océano Pacífico. |
Ya hemos visto como los mangles se
reproducen soltando plántulas que flotan a la deriva arrastradas por las
corrientes marinas hasta encontrar un ambiente favorable para su asentamiento
definitivo. A veces, como en el caso de la “plántula” protagonista de nuestro
relato inicial terminan adentrándose en el océano y alejándose de la costa.
Pero, ¿dónde irán a parar estas desorientadas plantitas?.
En el Pacífico Norte existe un
“vórtice de corrientes oceánicas” en el
que queda atrapado cualquier elemento que flote a merced de las corrientes. En
el se acumulan multitud de desperdicios que arrastran y atrapan a otros
desperdicios. Algunos de estos residuos se descomponen con facilidad, ¡pero
otros no!. Estos residuos que tardan más en descomponerse son en su mayoría
plásticos y otros desperdicios producidos por el hombre y que arrojamos al mar
con total desfachatez. Con el paso de los años la concentración de desechos en
esta zona ha ido aumentando de forma constante hasta crear una auténtica isla
de plástico. Esta “Isla de Plástico”,
también conocida como “Sopa de plástico”, “Sopa de basura” o “Sopa tóxica” es
sin duda un desastre ecológico de dimensiones descomunales, ya que el plástico
termina degradándose y creando toxinas que se integran como parte del plancton
y son ingeridos por muchos peces y animales marinos.
El tamaño real de esta isla se desconoce
pero hay estimaciones que dicen que puede ser de 700.000 kilómetros cuadrados.
Otros dicen que podría contener más de 100 millones de toneladas de
desperdicios y que se acercaría a los 15 millones de kilómetros cuadrados
doblando por tanto en extensión a Australia, considerada como la mayor isla del
planeta.
La acumulación de residuos producidos por el hombre puede llegar a producir verdaderas islas flotantes como podemos ver en este mapa elavorado por la organización Greenpeace. |